Organizaciones sanas y enfermas.


Al parecer, no son pocas las empresas que nacen, se desarrollan y, después de algún tiempo, enferman y acaban sucumbiendo, incapaces de recuperar su salud. Otras, por el contrario, cuando su funcionamiento se deteriora, se reponen, e incluso parecen comenzar una atractiva y prometedora nueva vida. Las enfermedades de las organizaciones —desórdenes funcionales que echan raíces— tienen diferentes orígenes y no siempre pueden prevenirse convenientemente; en su caso, han de detectarse y combatirse pronto, y debemos acertar con el remedio.

Los expertos declaran que sólo las organizaciones sanas e inteligentes sobrevivirán a las próximas décadas: no podemos discrepar en esto, aunque quizá sí quepa interpretar de manera diferente los conceptos de salud e inteligencia. A veces, en referencia a la marcha de las empresas, hemos oído hablar de abulia, anemia, anorexia… y podríamos seguir, en orden alfabético, pasando por la neurosis y aun por la psicosis.

Por ser más concretos, podemos hablar de males como la complacencia, la pusilanimidad, la orientación al presidente (en vez de orientarse al mercado y los clientes), la supremacía de la liturgia sobre la doctrina, los excesos burocráticos, la preeminencia de intereses personales, el estancamiento de la información, una deficiente comunicación interna, la exagerada concentración (o descentralización) de poder y otros diversos desórdenes más y menos graves; en su caso, estos males se reflejarían primero en diversos indicadores financieros y no financieros —una completa analítica—, y podrían finalmente provocar la autodestrucción de las organizaciones.

Organizaciones inteligentes
Podemos atribuir buena dosis de saludable y enfocada inteligencia a una empresa que muestre los rasgos siguientes:
Es consciente de sus fortalezas y debilidades.

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  • Resuelve bien sus problemas sin crear nuevos.
  • Se prepara para un futuro compartido sin desatender el presente.
  • Detecta oportunidades y las sabe aprovechar.
  • Nutre continuamente sus conocimientos y los aplica.
  • Innova de modo natural y exitoso.
  • Obtiene los mejores resultados con el mínimo esfuerzo, como fluyendo.
  • Previene, detecta y gestiona las desviaciones sobre planes.
  • Percibe las realidades internas y externas.
  • Se adapta a las nuevas situaciones.
  • Ve más allá y se anticipa.
  • Se dota de un espacio de ventaja sobre la competencia.
  • Toma las mejores decisiones al nivel más bajo posible.
  • Atiende a las expectativas de sus clientes y sus personas.
  • Combina la inexcusable efectividad con el cultivo de emociones positivas.
  • Evita la corrupción, la complacencia y la inercia.
  • Disfruta sirviendo a la sociedad de que se sirve.
  • Funciona como un todo vivo, cuyas partes se adaptan para encajar debidamente.

Conclusión

Todas las empresas tienen problemas e incluso enfermedades; pero parece que no siempre los encaran con suficiente acierto: el cuidado de la efectividad organizacional pasa por la prevención y, en su caso, por el rápido diagnóstico y tratamiento. Ignorar la existencia de problemas no es precisamente una forma inteligente de salvaguardar la salud; dedicarse a neutralizar los síntomas, tampoco. La función directiva parece consistir, cada vez más, en diseñar y hacer el mantenimiento de las organizaciones, y quizá ya no tanto en pilotarlas. Los directivos han de hacer un permanente ejercicio de análisis, síntesis, y adaptación de las soluciones que se postulan a sus realidades próximas; esto es ciertamente difícil. Pero no basta con conservarnos sanos y efectivos: es preciso estar mental y físicamente fuertes, para, entre otras cosas, cultivar la mejora continua y la innovación. Se dice que ésta es la fórmula de la supervivencia. **extracto degerencia.com

 

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